ANSIAS DE VIVIR

2.14.2008

Sucedió, hace ya algún tiempo, que un ángel bajó a la tierra. No tenía otro fin que no fuese descansar, olvidarse por un momento de los compromisos que le ataban al infinito y de los deberes que le unían eternamente al cielo. Pero el ángel había desobedecido, había faltado contra una importante regla que le prohibía terminantemente bajar a la tierra, no era simplemente por motivos de restricción, era porque el Creador deseaba protegerle de los males terrestres que podían acecharle. Sin embargo él no temía, había pasado mucho tiempo observando a los hombres y sabía cómo actuaban, cómo pensaban, cómo hablaban; no había ya nada para él desconocido, no había nada que temer y se sentía seguro entre sus protegidos.
Sin un solo pensamiento en la cabeza, el custodio caminaba por ciudades sin un rumbo fijo. Para el mundo era tan sólo un extraño más con el que se codeaban en las avenidas demasiado transitadas y en la prisa cotidiana del mundo. Los niños le sonreían reconociendo en él a ese alguien que buscaban intensamente y que sin saberlo los acompañaba en todos sus juegos. Pero él se encontraba perdido, su mirada vagaba de un lado al otro y las preocupaciones iban transformándole sin que él pudiera percibirlo, de repente no existía más allá para él pues el miedo lo iba invadiendo; era un sentimiento que nunca antes había experimentado y la ansiedad le corroía lo más profundo de su ser. El ser eterno se estaba humanizando. Las prisas terrestres lo habían contagiado, su rostro se había vuelto grisáceo y su andar era más rápido, miraba a la gente receloso y desconfiando, su rostro no transmitía más paz y su sonrisa se había desvanecido. Ahora era uno más de los que andan sin saber con ciencia cierta a dónde se dirigen ni qué es lo que quieren.
Sucedió de pronto y sin que lo esperara, un grato sentimiento recorrió su cuerpo y una oleada de calor lo hizo sentirse protegido; pero sabía que no había sido algo sino alguien. Buscó la fuente de aquella sensación y no logró ver de dónde provenía, pero un súbito impulso lo obligó a seguir una sombra, un perfume para él desconocido. El aroma le resultaba nuevo pero la sensación que le provocaba lo llenaba de paz, lo hacía sentir pleno y dichoso; era algo extraño que lo llamaba a aquel lugar divino al cual pertenecía y que le señalaba el lugar del cual provenía. Sabía que Dios no lo dejaría así, sólo, triste y desesperado, sabía que el Divino siempre tenía una respuesta y no lo dejaría desamparado en ese mundo gris y vacío, le señalaba el camino de vuelta.
Poco a poco el perfume se hizo más fuerte y la imagen tomó consistencia, era una silueta, una figura humana, había en ella un brillo que lo hacía sentir dichoso, una luz que solo había visto en el paraíso y que le provocaba un calor que únicamente en el cielo había sentido. El aroma le llenó los pulmones y lo hizo sentirse satisfecho, nada más le hacía falta. Y de pronto el ángel cayó en cuenta Dios no lo había abandonado, pero castigaba su acto, recriminaba su desobediencia y su pena lo ataría eternamente al lugar al que por voluntad propia acudió. El custodio reaccionó lentamente pero ya le era imposible deshacerse de ese sentimiento tan humano que lo llenaba por completo.
Pagaría su pena de la misma forma en que los hombres sufren en su mundo terrestre, en ese camino sin vuelta atrás que los lleva a hacer locuras extremas. Sería arrastrado por ese mar de sensaciones que lo hacía sentirse en un paraíso terrenal y que poco a poco lo sumiría en un sueño eterno, un sueño que le haría desconocer quién era para volcarse en el otro y lentamente perderse a sí mismo. Un sentir que lo llevaría al éxtasis de las emociones humanas pero lo ataría eternamente al infierno y el sufrimiento del hombre, pues sin darse cuenta de la misma forma en que había llegado ese perfume había desparecido, se distanciaba hasta desvanecerse por completo. Y el espíritu conoció la tristeza y sintió lágrimas caerle por el rostro; pero ya era tarde. Sus ansias por sentirse humano lo llevaron a ser hombre y sufrir como tal. Conoció un paraíso en la tierra que llegó a ser más abrasador e hiriente que el mismo infierno. El ángel sufría de amor.