Estoy rodeada de gente pero al fin me siento libre. Una niña me observa detenidamente adivinando en mi rostro el secreto que escondo. Sonríe. Sus ojos fijos en mí me hacen recordar la inocencia que a esa edad corresponde, aquellos tiempos en que el mundo no tenía límites y no había nada que temer más que el monstruo que habita debajo de la cama. La paranoia que caracteriza a los adultos aún no penetra su mirada, no tiene miedo de estar rodeada por extraños y tampoco parece importarle respirar el aire raído que vuela en el ambiente. Los sudores ajenos parecen no molestarle y a todos ofrece una sonrisa, al mismo tiempo que analiza a cada uno de los viajeros.
Volteo a la vent
.jpg)
Huyo, viajo hacia algún lugar en que no importe quien soy ni qué hago, en donde la gente no se pregunte las razones de mi actuar. En donde nuestro denominador común sea lo suficientemente fuerte y válido como para merecer respeto.
Vuelvo a observar a la niña y me doy cuenta de la pureza de su sonrisa. A través de esos ojos todos somos iguales y valemos lo mismo. Caigo en cuenta finalmente de mi presurosa huída, de que a cada instante me alejo más de ese pequeño pero sabio ser en mi incesante búsqueda por el conocimiento, e incongruentemente cada día descubro más mi ignorancia, ha llegado el momento de dejar de huir.
Por fin entiendo de qué huyo, pretendo que no me alcance ese futuro gris e insaboro, prefiero vivir siempre en esa inocencia que me permita conocer la bondad dentro de cada uno de los que me rodean. ¿Crecer?, eso es morir lentamente.
0 notas al pie:
Publicar un comentario