"...soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma."
Y para seguir en la lucha sigo viendo en el camino a grandes líderes que han marcado la historia y han sido lo suficientemente inteligentes como para mover masas, unir naciones, hacer razonar a aquellos cegados por la ira.
La historia de Nelson Mandela podrá ser algo ya muchas veces comentado, sin embargo; en realidad nos hemos parado ha reflexionar si tendríamos el valor, el coraje, ¿de hacer al menos un porcentaje mínimo de esas acciones?
Ser líder no es dejarse seguir ni pedir ser seguido. Es hacerse cargo de tus propios pensamientos, palabras y acciones, lograr alejarse del propio yo, del egoísmo... e ir un poco más allá, pensando en el otro, en el bien común y en la influencia que los demás pueden o no ejercer sobre mí.
Nadie más tiene derechos sobre mí si yo no se los permito... pero aceptar esto no es un símbolo de libertad, mucho menos es para alguien que tan sólo desea proclamar autonomía y sentirse independiente. Requiere valor, fuerza, porque el reconocerse como dueño único y absoluto de mi persona, emociones y acciones nos obliga forzosamente a dejar de culpar a otros de lo que nos sucede.
Es maravilloso poder decir que he llegado a donde estoy porque así lo he decido y lo he aceptado, es genial voltear atrás y ver los errores como aprendizaje y los aciertos como triunfo, pero todos llevándolos a cuestas, a partir de este momento de aceptación dejo de ser una carga para los demás al igual que el mundo deja de serlo para mí. No me toca ser responsable de otros, sólo de mí y bastante tengo con eso.
Siempre llega el día en que decidimos ser protagonistas de nuestras vidas y no simples víctimas del destino.
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