
El sol se encontraba en el punto más alto del día, el sueño y el hambre se apoderaban poco a poco de mí y yo permanecía sin moverme. Alrededor destacan los ceños fruncidos, caras enrojecidas y alguna que otra boca torcida que fácilmente nos indica la molestia de cada individuo.
Permanecemos quietos, miradas ansiosas, manos tensas y muchos cuellos que se estiran para observar lo que sucede. Son varios también los que ni siquiera voltean a ver a los demás. Desconfianza, inquietud, el pensamiento constante de alcanzar el destino lo más pronto posible y la molestia engorrosa de no conocer el momento en que esto llegará.
Aletargamiento: mi cuerpo se empieza a adormecer, el calor me abriga, pone mis párpados pesados y el vaivén del automóvil me arrulla atrayendo inevitablemente el sueño. Sacudo la cabeza, subo el volumen de la radio y me estiro para oxigenar el cerebro; me falta aire. Bajo las ventanas y respiro fuerte, he recorrido apenas 3 kilómetros desde el momento que salí y ya han pasado más de quince minutos. No puedo creer que este tipo de problemas sigan sucediendo, alguien debió preverlo: somos muchos y cada año aumentamos. ¿Otro carril?, ¿un segundo piso? Tal vez pudieran ser buenas soluciones pero por favor, ¿a quién se le ocurre arreglar el camino a plena tarde?
Un claxonazo me trae a la realidad, nos movemos un poco. Padres cansados que manejan sus camionetas por simple inercia haciendo oídos sordos a los niños que acaban de recoger de la escuela. Otro elemento que crece sin parar. Parece que cada día se abre un nuevo centro de estudios, uno por cada gusto, uno para cada persona. Lo sorprendente es que sobrevivan. Definitivamente crecemos irremediablemente, como granos de maíz al calentarse: tronando una y segundos después han reventado más de veinte, lo mismo acá, pega una y las demás se avientan. Qué mas da, si hay tantos fraccionamientos deben existir bastantes escuelas ¿En dónde más podremos educar a nuestras generaciones?
…Un joven acaba de rebasar a todos los coches por el acotamiento y lo más probable es que se enorgullezca de su osadía y habilidad al volante, sin percatarse de que el resto de las personas aguardaban pacientemente para poder avanzar.
Miré el reloj haciendo bizco, (debí haberme comprado las papas para el camino)... se oye un rechinido de llantas, un automóvil está intentando frenar; tomo el volante con las dos manos y me aferro a él, entrecierro los ojos esperando la colisión. Se escucha un golpe no muy fuerte, parece que no ha sido un gran daño. El señor con niños en la camioneta a mi lado suspira aliviado; los pequeños ni siquiera han notado el problema y continúan sus gritos y juegos.
…Qué poco tiempo nos damos para observar las cosas y pensar… Me fijo en el camino y me doy cuenta de los pequeños detalles que no había notado. Hay muchas cruces en el camellón y pienso en aquellas personas que han perdido en este camino a sus familiares. La carretera se ve distinta cuando la observas despacio.
…Un grito me hace girar la cabeza. Dos hombres se pelean de un coche al otro… insultos… uno desea bajarse a la lateral pero no puede hacerlo sin que el otro se mueva, éste último no tiene hacia donde hacerse y no quiere bajarse de la autopista, (valga decir que los coches sobre la lateral van a la misma velocidad o menor).
…El hombre bastante molesto se trepa en la pequeña acera y cruza a través del camellón. Se escucha una sirena y le solicitan que se orille. Debió haber pensado en un lugar más despejado para tal acción.
Avanzamos. Apenas vamos a mitad del camino y el estómago gruñe pidiendo alimento. “Aguanta” -me digo- “ya casi llegamos”. La señora que maneja a mi lado ha sacado un cigarrillo y baja el vidrio de su ventana, enciende el cigarro y da una bocanada, se estira, toma su teléfono y hace una llamada. Los niños de la camioneta ya empiezan a dormirse, parece que por fin se han cansado y el calor los ha vencido.
Suena mi teléfono: “hay mucho tráfico, parece que están pintando la carretera o algo por el estilo”; cuelgo. Justo suelto el teléfono y nos empezamos a mover, despacio al principio, poco a poco la velocidad se empieza a normalizar. El señor de la camioneta sonríe aliviado, mira por el retrovisor y observa a los niños, asiente con la cabeza y comienza a acelerar. La señora del cigarro ya ha subido la ventanilla y se aleja rápidamente. Sonrío, respiro, avanzo “andando, me urge irme a descansar”.
Permanecemos quietos, miradas ansiosas, manos tensas y muchos cuellos que se estiran para observar lo que sucede. Son varios también los que ni siquiera voltean a ver a los demás. Desconfianza, inquietud, el pensamiento constante de alcanzar el destino lo más pronto posible y la molestia engorrosa de no conocer el momento en que esto llegará.
Aletargamiento: mi cuerpo se empieza a adormecer, el calor me abriga, pone mis párpados pesados y el vaivén del automóvil me arrulla atrayendo inevitablemente el sueño. Sacudo la cabeza, subo el volumen de la radio y me estiro para oxigenar el cerebro; me falta aire. Bajo las ventanas y respiro fuerte, he recorrido apenas 3 kilómetros desde el momento que salí y ya han pasado más de quince minutos. No puedo creer que este tipo de problemas sigan sucediendo, alguien debió preverlo: somos muchos y cada año aumentamos. ¿Otro carril?, ¿un segundo piso? Tal vez pudieran ser buenas soluciones pero por favor, ¿a quién se le ocurre arreglar el camino a plena tarde?
Un claxonazo me trae a la realidad, nos movemos un poco. Padres cansados que manejan sus camionetas por simple inercia haciendo oídos sordos a los niños que acaban de recoger de la escuela. Otro elemento que crece sin parar. Parece que cada día se abre un nuevo centro de estudios, uno por cada gusto, uno para cada persona. Lo sorprendente es que sobrevivan. Definitivamente crecemos irremediablemente, como granos de maíz al calentarse: tronando una y segundos después han reventado más de veinte, lo mismo acá, pega una y las demás se avientan. Qué mas da, si hay tantos fraccionamientos deben existir bastantes escuelas ¿En dónde más podremos educar a nuestras generaciones?
…Un joven acaba de rebasar a todos los coches por el acotamiento y lo más probable es que se enorgullezca de su osadía y habilidad al volante, sin percatarse de que el resto de las personas aguardaban pacientemente para poder avanzar.
Miré el reloj haciendo bizco, (debí haberme comprado las papas para el camino)... se oye un rechinido de llantas, un automóvil está intentando frenar; tomo el volante con las dos manos y me aferro a él, entrecierro los ojos esperando la colisión. Se escucha un golpe no muy fuerte, parece que no ha sido un gran daño. El señor con niños en la camioneta a mi lado suspira aliviado; los pequeños ni siquiera han notado el problema y continúan sus gritos y juegos.
…Qué poco tiempo nos damos para observar las cosas y pensar… Me fijo en el camino y me doy cuenta de los pequeños detalles que no había notado. Hay muchas cruces en el camellón y pienso en aquellas personas que han perdido en este camino a sus familiares. La carretera se ve distinta cuando la observas despacio.
…Un grito me hace girar la cabeza. Dos hombres se pelean de un coche al otro… insultos… uno desea bajarse a la lateral pero no puede hacerlo sin que el otro se mueva, éste último no tiene hacia donde hacerse y no quiere bajarse de la autopista, (valga decir que los coches sobre la lateral van a la misma velocidad o menor).
…El hombre bastante molesto se trepa en la pequeña acera y cruza a través del camellón. Se escucha una sirena y le solicitan que se orille. Debió haber pensado en un lugar más despejado para tal acción.
Avanzamos. Apenas vamos a mitad del camino y el estómago gruñe pidiendo alimento. “Aguanta” -me digo- “ya casi llegamos”. La señora que maneja a mi lado ha sacado un cigarrillo y baja el vidrio de su ventana, enciende el cigarro y da una bocanada, se estira, toma su teléfono y hace una llamada. Los niños de la camioneta ya empiezan a dormirse, parece que por fin se han cansado y el calor los ha vencido.
Suena mi teléfono: “hay mucho tráfico, parece que están pintando la carretera o algo por el estilo”; cuelgo. Justo suelto el teléfono y nos empezamos a mover, despacio al principio, poco a poco la velocidad se empieza a normalizar. El señor de la camioneta sonríe aliviado, mira por el retrovisor y observa a los niños, asiente con la cabeza y comienza a acelerar. La señora del cigarro ya ha subido la ventanilla y se aleja rápidamente. Sonrío, respiro, avanzo “andando, me urge irme a descansar”.
1 notas al pie:
Normalmente este tipo de relatos o crónicas me dan mucha flojera, pero el tuyo tiene algo que me hizo seguir leyendo, quizá la
anticipación de un accidente o algo así...
De todas formas está chido, y qué bueno tenerte escribiendo luli.
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